Comentario de Celina Manzoni

Comentarios:

Narrativas de los 90 en Cuba. Más allá de los calendarios

 

Celina Manzoni

ILH – UBA

 

Una convocatoria a repensar las “Narrativas de los noventa en Cuba” solicita casi de inmediato una contextualización histórica, presupuesto al que responden la presentación de Teresa Basile: “El apagón de las metáforas y la escritura sucia en el período posoviético cubano” y la de Guadalupe Silva: “La revista Diáspora(s) en la Cuba post-soviética”. La combinación de los acercamientos al problema que realizan ambos trabajos puede en principio ilustrar los efectos de la profunda crisis desatada en la sociedad cubana a partir de la caída del muro de Berlín lo que, en términos de Hobsbawm (1998) significó, junto con el derrumbamiento de un mundo, el ingreso a una nueva era: el fin del siglo XX corto (desde el estallido de la primera guerra mundial hasta el hundimiento de la URSS). Más difícil es definir el término “post-soviético”, que nombraría el período, así como penetrar en las características del llamado proceso de des-sovietización de la cultura que habría provocado un regreso a lo nacional, a lo cubano. Cuestiones sobre las que se ha acumulado y se sigue sumando una bibliografía cuya consideración quizás exceda lo esperable de esta reunión.

Un cambio de época verdaderamente devastador –más allá y no menos acá de lo económico– para los países que pertenecieron a la denominada órbita socialista y en especial para Cuba que venía desde mucho antes arrastrando sus propios fracasos. No creo que la insistencia en este punto sea innecesaria habida cuenta de la tendencia a equiparar la experiencia cubana a otras que se consideran similares en el espacio de la cultura latinoamericana y que desconocen los efectos destructores de la pérdida de las ilusiones en una revolución sostenida además, durante más de medio siglo, por un Estado poderoso y un aparato propagandístico casi sin fisuras.

De allí deriva, en parte, el interés de estas lecturas que se proponen una reflexión sobre escrituras construidas precisamente en las grietas, en los bordes, en los márgenes de una sociedad en crisis y de una cultura en aflicción atravesada por un exilio que oficialmente trata de ser nombrado como “diáspora” y que afecta a entre un 15 y un 20% de la población (Nuez 2010). En la estrechez de esos márgenes se inscribe la presentación de dos escritores cubanos que proponen muy diversas estéticas y realizan trayectorias también diversas, Pedro Juan Gutiérrez y Antonio José Ponte, realizada por Teresa Basile y la de la revista Diáspora(s) propuesta por Guadalupe Silva. En ambas, pero en particular en la de Silva, además de lo que significa escribir en las fisuras, se introduce el tema de la enciclopedia: ¿desde dónde se escribe?, ¿cuál es la biblioteca desde la que se escribe en una cultura aislada, cerrada y bajo fuerte control estatal? El síndrome de lo que Rafael Rojas llamó “el estante vacío” (2009) provoca en los jóvenes de Diáspora’s la construcción de una biblioteca, el mismo gesto realizado en la ficción y el ensayo por Margarita Mateo Palmer en Ella escribía poscrítica (1995) y en Desde los blancos manicomios (2010), y por Ena Lucía Portela y Antonio José Ponte, entre los escritores más conocidos.

En relación con estas carencias y los modos de resolverlas, la recuperación de la revista Diáspora(s) publicada entre 1997 y 2002, importante en sí misma por la calidad y la variedad de sus intervenciones en narrativa, ensayo, poesía y por la decisión con que mantuvo el espíritu vanguardista con que se identificó, ilumina desde otro ángulo un debate pendiente en la crítica de la vanguardia en América Latina (Manzoni 2000). A partir de la entrevista a Sánchez Mejías & Cabezas Miranda que transcribe Silva y de la reflexión que de allí se desprende, se vuelve evidente, por omisión, el éxito logrado por la historiografía oficial en la construcción de un canon para el que ha sido y sigue siendo funcional, entre otras estrategias, el escamoteo de la vanguardia cubana. El secuestro de la revista de avance (1927-1930), una de las grandes revistas del vanguardismo en América Latina junto con muchas otras publicaciones de los años veinte, así como el menosprecio del modernismo y de Julián del Casal, fuertemente reivindicado por Francisco Morán desde el exilio (2004), son indicios de que el estante vacío, la biblioteca escondida de manera sistemática y calculada, ha afectado ante todo la construcción del canon de la literatura cubana aun para escritores tan avisados como los que hicieron Diáspora’s. En la entrevista dice Sánchez Mejías que el gesto desu revista: “de alguna manera tiene que ver con algo que tenía que haber pasado en la primera parte del siglo XX y no ocurrió, los procesos de vanguardia. Vería Diáspora(s) como el fantasma de la vanguardia que no hubo”.

Desde otro costado, el tema instala una pregunta que nos interpela: ¿cómo hemos armado nuestras bibliotecas sobre las narrativas de los noventa en Cuba? Si es verdad y es cierto que es verdad por una parte que José Antonio Ponte y Pedro Juan Gutiérrez son dos narradores de los noventa –de muy diversas estéticas, por cierto– y que Diáspora(s) es una publicación excepcional en La Habana del período, deberíamos convenir que tomar como referencia a dos autores y una revista, plausible en los términos de la convocatoria, no nos exime de reconocer que, hacia mediados de los noventa, creció de manera notable una literatura abierta al cambio y a la tematización de problemas que la sociedad cubana conocía pero de los que casi no se hablaba de manera pública (Manzoni 2015).

Otro comentario en relación con este problema se relaciona con el lugar o los lugares de publicación que se ampliaron entonces más allá de las editoriales habaneras. Antonio José Ponte, por ejemplo, publicó con frecuencia en Ediciones Vigía de Matanzas conocida por sus libros hechos a mano y en Cienfuegos: “Ponte se ha mostrado renuente a someter sus cuentos al escrutinio y censura de la publicación doméstica” (Whitfield, 2005,17). A partir de entonces, publicado por editoriales principalmente españolas fue traducido a otras lenguas y también, a instancias de Teresa Basile, estudiosa de su obra, fue incluido en las colecciones de Beatriz Viterbo y Corregidor. La edición facsimilar de Diásporá(s) apareció en 2013 en Barcelona, ciudad en la que el sello Anagrama acogió casi la totalidad, si no la totalidad, de la obra de Pedro Juan Gutiérrez. Otro aspecto, el de las editoriales, que incide en la constitución del canon junto con el oficio mediador de los agentes literarios y que no es exclusivo del campo cubano aunque tenga allí sus peculiaridades.

Más allá de la interpretación de Whitfield respecto de los motivos por los que un autor decide, o logra publicar sea dentro o fuera de la Isla, no es comparable la visibilidad que acompaña a los publicados en el exterior en detrimento de los editados en pequeñas editoriales, pequeñas tiradas y casi nula circulación, para no hablar de los que eventualmente no logran saltar el cerco de la censura y quedan en un limbo. Pese a la complejidad del asunto y de todo lo que implica en términos de construcción canónica, existe la posibilidad de acercarse a un entramado de los noventa en Cuba a partir del valioso instrumento que constituyen las numerosas antologías publicadas tanto dentro como fuera de la Isla en esos mismos años.

Visto desde los primeros quince años del siglo XXI, es posible leer en esas antologías (y no solo) una narrativa que tematiza las carencias hasta de lo más elemental junto con los mil recursos del ingenio y la desesperación, el deterioro de las relaciones familiares tradicionales y la dispersión provocada por el exilio y los cimbronazos de las guerras en África que, entre otros factores, desnudaron un descalabro que la crisis iluminó con crudeza: privilegios frente a injusticias, negociados y abusos de poder, ruinas materiales y morales, marginalización de amplios sectores de la sociedad con todas sus secuelas. Como parte de ese sinceramiento empezaron a ser re-conocidas también las más o menos ocultas formas del racismo y del sexismo, la homofobia y el machismo; asoma una literatura erótica que, entre otras notas, juega con la perversión y el humor.

Y, sin embargo, la mayor parte de la narrativa publicada en las antologías del período sigue manteniendo un narrador tradicional, en primera o en tercera persona, así como un lenguaje convencional, convencionalmente correcto de clase media urbana que parece limitarse a narrar la carencia mientras que la escritura de Ponte en su parquedad, como señala Basile, logra construir una estética de la carencia, lo mismo que podría decirse de Idalia Morejón Arnaiz en Una artista del hombre (2012). Otros escritores que tematizan el hambre en su bruta materialidad lo harán en registros que van desde el sacrificio ilegal de ganado hasta llegar, como Ronaldo Menéndez en “Menú insular” (2010) y Marcial Gala en La Catedral de los Negros (2015), a la antropofagia con toda la carga subversiva que arrastra tanto cultural como socialmente. 

La Catedral de los Negros interesa en el marco de esta reflexión porque parece marcar el punto de quiebre con los elementos más conservadores de la narrativa de los noventa. Porque se sostiene en el despliegue de una multiplicidad de voces que dialogan entre sí, se explican y se completan, pone en movimiento una narración plural por la cual una barriada popular de Cienfuegos podría llegar a leerse como sinécdoque de una microhistoria isleña. En ese camino crea un espacio cultural dominado por la presencia de negros y mulatos cubanos ya no como representaciones del otro (una otredad lejana e incluso pintoresca) ni como figuras ejemplares sino como ciudadanos que suman, a los males que afectan a la mayoría de la sociedad, el prejuicio racial. Se puede decir entonces que el texto reorganiza todo el espacio cultural del fin de siglo desde el momento en que se sostiene en las formas populares del habla, en los refranes y en formas de la religiosidad que más allá de prohibiciones, invisibilización y  prejuicio recorren subterráneamente la cultura nacional y que por eso mismo, y, en un doble movimiento, recupera la audacia desestabilizadora y polémica de algunos de los autores largo tiempo negados de los setenta.

 

 

Obras citadas:

Gala, Marcial (2015). La Catedral de los negros [2012]. Buenos Aires: Corregidor.

Hobsbawm, Eric (1998). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Grijalbo Mondadori.

Manzoni, Celina (2000). Un dilema cubano. Nacionalismo y vanguardia. La Habana: Casa de las Américas.

_____ (2015). “Destinos cruzados en la Cuba del siglo XXI. La Catedral de los negros de Marcial Gala”. Buenos Aires: Corregidor, pp. 7-25.  

Mateo Palmer, Margarita (1995). Ella escribía poscrítica. La Habana: Abril.

_____ (2010).  Desde los blancos manicomios. La Habana: Letras Cubanas.

Menéndez, Ronaldo (2010). “Menú insular”. En Covers en soledad y compañía. Madrid: Páginas de Espuma.

Morán, Francisco (ed.) (2004). La Habana Elegante. Número especial por el V Aniversario de la edición electrónica de La Habana Elegante. Madrid: Verbum.

Morejón Arnaiz, Idalia (2012). Una artista del hambre. Barcelona.

Nuez, Iván de la (2010). Inundaciones. Del Muro a Guantánamo: invasiones artísticas en las fronteras políticas. 1989-2009. Barcelona: Random House Mondadori.

Rojas, Rafael (2009). El estante vacío. Literatura y política en Cuba. Barcelona: Anagrama.

Whitfield, Esther (2005). “Prólogo”. Un arte de hacer ruinas y otros cuentos. México: Fondo de Cultura Económica.