Comentario de la Prof. Dra. Beatriz Colombi

Comentario a la intervención de Laura Catelli “Imaginar lo colonial en el presente”:

El trabajo de Laura está enmarcado en su experiencia en la Academia norteamericana, cuando toma su primer curso de estudios coloniales en 2001. Recuerda la resistencia que este curso le generó al comienzo, para luego transformarse en fascinación y actual dedicación. La hipótesis de Laura es que esa resistencia, que ella misma experimentó, es la manifestación de una negación del pasado colonial, que institucionalmente se traduce en un gesto de corte eurocentrista y discriminador de estos estudios, muchas veces relegados.

Añado que a esta política de negación (político-institucional) se suma una hiper-valoración del “presente”, de los “temas de actualidad”, que ejercen más fascinación entre los jóvenes, basta con ver los títulos de tesis de maestría y doctorado en literatura latinoamericana, la mayoría orientadas al siglo XX-XXI, menos al XIX, y mucho menos hacia los siglos coloniales. Tendencia que se está revirtiendo con experiencias como la que cuenta Laura. También la de Vanina y del equipo de la UBA, donde hay un compacto grupo de colonialistas que se viene formando como una necesidad de dar respuesta a las preguntas que nos genera este campo de estudios. Y por supuesto, de otros centros académicos en el país.

Laura parte también de una fecha coincidente con su curso, el 11/9/2001, cuando el incidente de las torres gemelas, que determinó una política global de Guerra al Terrorismo. En paralelo y como consecuencia se produce un reposicionamiento de las posturas discriminatorias, neoliberales y autoritarias. Podríamos pensar: como una suerte de revival de la "Guerra Fría" que, tratándose, aparentemente, de un conflicto Este-Oeste, Estados Unidos-Rusia, comprometió en su momento al mundo entero, y de modo particular, a América Latina.

En este marco, Laura resalta en su trabajo ese momento de “crisis” de los estudios coloniales de fines de los 70 y comienzos de los 80, con la intervención de Rolena Adorno, entre otros muchos críticos latinoamericanistas. Adorno fue una de las voces más reconocidas, sobre todo por haber encarado, junto con John Murra y Jorge Urioste, el enorme trabajo de edición de Nueva Crónica y buen gobierno de Guaman Poma de Ayala, además de su intervención en este campo con artículos que resultaron señeros para remover los presupuestos sobre los estudios coloniales. Como bien dice Laura, esta crisis de los estudios, pone “un límite al canon hispanista o criollista”.

En efecto, coincido: creo que el comienzo de los 80 fue un momento de clivaje. Nada se leería igual después, y se vio con mucha crítica y reticencia todo lo hecho antes. El “canon hispanista” perdió toda credibilidad, así como la historias literarias atravesadas por ese canon, desde la tradicional de Anderson Imbert hasta la más reciente, para aquellos años, coordinada por Iñigo Madrigal. Tampoco el “canon criollista”, que es un desprendimiento del canon hispanista pero caracterizado por su impronta nacionalista, pudo tener más curso dentro de las nuevas perspectivas que Adorno, Mignolo, Lienhard, Ana Pizarro y otros abrían. Este canon criollista fue confrontado por Antonio Cornejo Polar en Escribir en el aire, una lectura que invita a pensar las operaciones críticas llevadas a cabo por la elite criolla para establecer un canon homogéneo y nacional, a contrapelo de la radical heterogeneidad peruana.

Laura despliega una agenda con la cual se identifica. La del “giro decolonial”, presente en los referentes que cita como Yolanda San Miguel, Walter Mignolo o Aníbal Quijano. Aquí va una pregunta: Tengo la percepción que se ha difundido cierto léxico como “la colonialidad del saber”, o la dupla “modernidad/colonialidad”, o la “descolonización epistemológica” sostenida por la mayoría de sus críticos. Pero ¿cuál es el impacto de esta agenda en nuestro medio?

Laura señala también en su trabajo la falta de interés en lo colonial, donde prevalecen patrones de “blanqueamiento” y homogeneidad. Un crítico brasileño Haroldo de Campos, hablaba del “secuestro del barroco” en la literatura brasileña. Otro tanto deberíamos decir de la presencia de lo colonial en los programas de estudio de la literatura latinoamericana en la academia en la Argentina, muy errático en general. Acuerdo, por eso, con su propuesta de la “invención”, retomando a O'Gorman, que en nuestro caso sería la consolidación de un campo, el campo de los estudios coloniales.

 

Comentarios a la intervención de Vanina Teglia, “Los textos de la colonia en el campo de la literatura latinoamericana”:

El trabajo de Vanina también se ubica, como el de Laura, desde una perspectiva que tiene en cuenta la política, pero más “situada” en un contexto latinoamericano y local. Su lectura está atenta a una política científica que recorta y devalúa los estudios de las humanidades en particular, que venimos experimentando en los últimos tiempos.

Vanina manifiesta muchas preguntas productivas sobre el status de los estudios coloniales. Por ejemplo, sobre su lugar en nuestros programas e instituciones. Por ejemplo, si los textos coloniales (por su carácter híbrido) pueden ser estudiados como parte de la literatura latinoamericana. Por la experiencia en los cursos de la UBA, siempre causa cierto desconcierto el tratamiento de los textos de conquista-colonia, donde ponemos en juego la dimensión histórica/política/ideológica, a la par que la dimensión enunciativa/discursiva/retórica. Por lo tanto concuerdo con su inquietud: ¿cómo darles relevancia y espacio dentro de este campo, sin declararlos un “mundo aparte”?

En el mismo sentido va la pregunta de Vanina sobre la inclusión de los textos coloniales dentro del canon latinoamericano. Por eso parte de Pedro Henríquez Ureña, su consideración y revisión del canon, en pocos años, hasta citar una historia contemporánea, como la de Pupo-Walker y González Echevarría, Historia de la literatura hispanoamericana, donde Enrique Pupo-Walker sostiene que “con el Modernismo, la literatura hispanoamericana llegó a la mayoría de edad”. Desde luego, una mirada que sorprende por lo anacrónica, apelando al “evolucionismo” más raso y craso, digno de otras épocas y de otras historiografías. Por eso Vanina se pregunta: “¿Qué prejuicios sobre la discursividad, la literatura y lo latinoamericano guían la expresión de Pupo-Walker? ¿Qué implica percibir a los textos coloniales como seres aún infantiles o salvajes, casi como se pensó de los nativos americanos al momento del Descubrimiento y se debatió en el Debate de Valladolid de mediados del siglo XVI?” Creo que esta pregunta centraliza toda su propuesta.

Vanina marca, al igual que Laura, ese lugar de partición de aguas que fueron los 80, donde los estudiosos de lo colonial comienzan a cuestionar las nociones de “literatura” y “texto”, para proponer como alternativa el “discurso” para dar cuenta de modos de representación heterogéneos (donde está presente la oralidad, la performatividad, la imagen, más allá de la letra impresa) propiciando además una perspectiva interdisciplinaria. Pienso que tanto en el trabajo de Laura como en el de Vanina esta “crisis” que se instala en los estudios coloniales de los 80 está aun abierta. Dejó muchos interrogantes. Por ejemplo: al atender casi exclusivamente a lo discursivo, en desmedro de la dimensión estético-literaria, dejó un flanco abierto a esquematismo y el descuido de dimensiones igualmente operantes, aunque reconozcamos, falsamente hipertrofiadas por la crítica tradicional. O proponer ciertos esencialismos como el concepto de “sujeto colonial” de Rolena Adorno, luego revisado por ella misma y por la crítica que le sigue para postular sujetos múltiples, agencias, otras conformaciones de subjetividad. No obstante, imposible no coincidir con ellas: fue un punto de partida de un gran movimiento que implicó varias “agendas” de la crítica, todavía operantes. También habría que decir que ese “clivaje” de los 80 no existiría, de no haber existido la generación crítica de los 60 y 70, con voces como las de Ángel Rama, Antonio Cándido, Noé Jitrik, entre otros.

La pregunta que se plantea Vanina sobre la inclusión de los estudios coloniales en los estudios latinoamericanos la lleva a afirmar la imposibilidad de su exclusión, por su necesaria relación con nuestro presente. Coincido. Este año dictamos en el programa a Bernardino de Sahagun, Fray Bartolomé de Las Casas, el Inca Garcilaso. En paralelo, ocurría el caso Santiago Maldonado. Fue importante ver la persistencia de los estereotipos de los que habla Hommi Bhabha, donde el “otro” es siempre ubicado en uno de los polos de esos esquemas binarios, que siempre son ideológicos y falsos. Habría que preguntarse por qué el Inca Garcilaso de la Vega tiene que insistir tanto en que no miente, “no finjo ficciones” dice, no soy parcial por ser indio repite continuamente. En el fondo, está resonando el estereotipo del “indio mentiroso”, fijado desde los primeros discursos coloniales. Mientras dictábamos el curso, en los diarios de todos los días leíamos versiones que convalidaban la persistencia de tales estereotipos.

Habría que decir que también la designación “literatura latinoamericana” parece escasa para atender los fenómenos tan diversos que se estudian hoy. Quiero decir: no solo los estudios coloniales nos ponen ante la diversidad de soportes y modos de representación, sino también las manifestaciones culturales del presente no obedecen a las pautas tradicionales de la “literatura”. Vanina señala esto mismo cuando dice: que aun las expresiones de la literatura en el siglo XIX o XX en América Latina son percibidas como híbridas.

Vanina busca respuestas en algunas manifestaciones de la academia en América Latina y la prioridad que se está dando a estos estudios en estos espacios, como el encuentro en el Centro Antonio Cornejo Polar, donde más del 50 por ciento de los trabajos es dedicado a los estudios coloniales) u otros casos que podríamos señalar en México o Chile. Y propone, finalmente, considerar la literatura latinoamericana como una “literatura diferente”, retomando, de algún modo, el concepto de heterogeneidad de Cornejo Polar, presente en varios momentos de su texto. No sé si esa es su “agenda”, pero parece serlo.

En todo caso, ambos trabajos ponen en escena algo que se debe destacar y celebrar:

1. La formación de especialistas sólidos en nuestro medio.

2. La existencia de distintas agendas, perspectivas y de potenciales diálogos entre ellas. 

3. El cuestionamiento a fondo del propio campo y de su objeto de trabajo.