Texto de la Prof. Dra. Laura I. Catelli

Imaginar lo colonial en el presente

 

Laura Catelli

IECH, UNR-CONICET

 

                        

11 de septiembre, 2001. El comienzo de mi primer curso de doctorado en estudios coloniales coincide con el atentado a las Torres Gemelas. Empezaba a cursar en Rutgers, Nueva Jersey, a 45 minutos de Manhattan, donde ocurrió el ataque. Esa mañana estudiaba para el seminario “Poder y narración: la invención de un discurso colonial en Latinoamérica”, dictado por Yolanda Martínez San Miguel. Fue mi primer seminario de colonial y me había anotado obligada por los requisitos del programa en Estudios Hispánicos, a total desgano.    

Este trabajo, que se encuentra en proceso, tiene que ver con ese momento del año 2001 en que empezaba a pensar lo colonial en el contexto latinoamericano, viviendo en el presente del imperio neoliberal que disparaba el comienzo de la Guerra contra el Terrorismo. Fue declarada por George W. Bush en un discurso del 20 de septiembre de 2001, en el que se anunciaba la inminente implementación de un estado de excepción para la defensa y la protección de la libertad, la democracia, y la forma de vida americanas, el socavamiento sistemático del estado de derecho y el derecho internacional. Este proceso implicó el despliegue cada vez mayor de clasificaciones religiosas, étnicas, raciales y de género, que han tendido a aglutinarse en torno a la categoría “terrorista”, que no es nueva pero sí ha sido resignificada. Estas clasificaciones han demostrado ser necesarias para la aplicación de leyes antiterroristas, hoy vigentes en distintos países.

En ese momento de septiembre de 2001 se intersectan dos planos temporales, el pasado colonial al que me introducía el seminario y el presente de la Guerra contra el Terrorismo (en el que todavía estamos). Atravesado por pasado y presente, ese momento nos acerca un conjunto de preguntas:

¿Qué es lo que entendemos por “lo colonial"? [1] ¿Cómo lo imaginamos? ¿Cómo es afectado nuestro imaginario sobre lo colonial cuando nos posicionamos en una perspectiva poscolonial o decolonial que supone no un después sino una continuidad de dinámicas de poder (epistémicas, políticas, subjetivas) más allá del fin nominal del colonialismo? ¿Qué es lo que continúa? ¿Qué es lo colonial que marca el presente? Estas preguntas sugieren el desarrollo de modelos temporales no lineales que permiten pensar en la vigencia de ciertas dinámicas coloniales en el presente. Silvia Rivera Cusicanqui entiende el tiempo de la poscolonialidad como un tiempo abigarrado, en el que coexisten distintos ciclos (41). Así, lo colonial surge en el presente como elemento central en la vida social y política.

El modelo abigarrado me permite visibilizar, en aquel momento de 2001, dos puntos que se anudan con las dinámicas imaginarias de lo colonial. El primero tiene que ver con una resistencia personal al seminario de estudios coloniales, que contrasta fuertemente con la afectación que produjeron en mí las primeras incursiones en los relatos sobre el descubrimiento y la conquista, una vez iniciado el curso. Estos textos infundían un sentido de realidad y cercanía con el pasado, probablemente aquel “efecto de lo real” de Roland Barthes que José Rabasa (27-28) plantea como un problema para la crítica del discurso colonial. Mientras el seminario resaltaba el ejercicio del poder colonial a través del discurso, articulaba una dimensión metacrítica, surgida de la crisis de los estudios coloniales de los ochenta. Se cuestionaban los criterios, los lugares de enunciación, y se advertía acerca del riesgo de reproducir lógicas coloniales en los análisis e investigaciones realizadas en el campo. La pregunta por cómo imaginamos lo colonial retoma algunos de los interrogantes que nos dejó dicha crisis y que aquel seminario presentó como un problema a seguir pensando y debatiendo: ¿Cómo se ha narrado lo colonial, entendiendo la narración y la construcción imginaria del Nuevo Mundo como funciones del poder colonial, y qué problematizaciones se han desarrollado en el campo al respecto de esas construcciones? Segundo, me pregunto de qué manera mi acercamiento a los procesos coloniales en ese momento alimentó una visión crítica de las relaciones de poder, prácticas de dominación y subjetivación en un presente atravesado por la Guerra contra el Terrorismo. Y además, ¿qué relación guarda la Guerra contra el Terrorismo con Latinoamérica? ¿Qué incidencia tienen los acontecimientos y procesos vinculados a la Guerra contra el Terrorismo en nuestros imaginarios sobre los colonialismos en nuestra región?                      

En estas preguntas queda a la vista cierta reversibilidad, una relación densa entre presente y pasado que se sostiene en lo imaginario a través de estereotipos, metáforas, analogías, a veces de manera fragmentaria o sinecdóquica. Antonio Cornejo Polar detectaba “una densa capa de significación”, en un ensayo que advertía sobre los riesgos del uso de metáforas extensas, como mestizaje e hibridismo, que encubren procesos y prácticas de dominación. O estereotipos como aquellos sobre los pueblos originarios, que por ejemplo hoy en Argentina son caracterizados nuevamente como una amenaza al cuerpo político blanco/criollo. Y aquí podemos pensar que la pregunta por cómo los estudios coloniales y el latinoamericanismo han imaginado lo colonial, a través de qué metodologías, qué criterios, qué lugares de enunciación, qué metáforas, se vincula con la capacidad de analizar críticamente el presente.

Antes de desarrollar el primer punto, que tiene que ver específicamente con el campo de los estudios coloniales, quisiera detenerme brevemente en esta idea de lo colonial con relación a la “densa capa de significación” de Cornejo Polar, entendiendo que ella está atravesada por diversas “invenciones” (O´Gorman). En este sentido, quiero proponer una definición operativa de lo imaginario que considero visibiliza por qué los modos de imaginar lo colonial impactan en la vida y el orden social. Cuando utilizo el término imaginario no me refiero tanto a un conjunto de imágenes y símbolos vinculados a la religión y los mitos (en el sentido en que lo utilizaron Émile Durkheim y Gilbert Durand), sino a lo imaginario tal como lo define Cornelius Castoriadis en La Institucion Imaginaria de la Sociedad, esto es, “la capacidad elemental e irreductible de evocar una imagen” que media la relación fluida que se establece entre el simbolismo institucional y la vida social. Lo imaginario es la capacidad que pone en movimiento a lo simbólico, a su vez “la manera de ser bajo la cual se da la institución”, conformando una relación que se extiende a través de diferentes sentidos, prácticas, espacios. La movilidad y la relacionalidad son dos aspectos que se destacan entre lo imaginario como capacidad del sujeto y lo simbólico como condición de posibilidad de un orden social determinado. Al preguntar por lo colonial desde lo imaginario definido de este modo, pretendo implicar aspectos institucionales y políticos que se enlazan con las distintas construcciones simbólicas, las invenciones que se hacen de “lo colonial”.           

Vuelvo entonces al punto inicial, a mi resistencia a lo colonial que se dio en un contexto institucional y disciplinario específico: programa de doctorado en letras hispanoamericanas. Cuando comenzó el seminario, recuerdo sentirme muy sensibilizada ante las nuevas lecturas, que hacía con el detenimiento y la atención propios del close reading y del análisis discursivo, a la vez que intentaba situar todo en contexto histórico y en distintos espacios geográficos. El Diario de Colón, las cartas de Cortés, y luego textos sobre los que oía hablar por primera vez, como los Comentarios reales del Inca Garcilaso, la Nueva corónica de Guaman Poma, los Naufragios de Cabeza de Vaca, La respuesta a Sor Filotea de Sor Juana. Esos textos aportaban una nueva densidad a los relatos conocidos sobre lo colonial a la vez que desactivaban el esquema binario de colonizador y colonizado, o de conquistadores y vencidos, dando lugar a voces y perspectivas de agencias mestizas, criollas, indígenas, femeninas, presencias en el archivo que mostraban una serie de posiciones de sujeto y discursividades ambivalentes, problemáticas, que no siempre articulaban posiciones claramente anticoloniales. Desde mi perspectiva en aquel momento, el anticolonialismo y el antiimperialismo eran las únicas posiciones que parecían éticas, pensándolo desde lecturas latinoamericanistas, marxistas y antiimperialistas como por ejemplo Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, un libro que leí en la adolescencia por recomendación de mi madre. Me pregunto por la resistencia inicial a tomar esas lecturas y registros, que finalmente vinieron a acoplarse y a desbordar un imaginario sobre la conquista y lo colonial que sentía como formado pero que a la vez carecía de densidad. Por otro lado, estas lecturas también colmaron ese imaginario sobre la conquista y lo colonial de un sentido político más específico, en la medida en que hacían visibles relaciones y prácticas de poder coloniales, y sobre todo sirvieron para revisar mis ideas adquiridas, ciertamente abstractas, sobre la conquista y lo colonial.                                  

Y luego están las dimensiones ideológicas de esa resistencia. En ese sentido, hay algunas reflexiones en las que me gustaría detenerme. Gustavo Verdesio (2012) ha abordado el tema en el contexto de Uruguay. Desconocimiento, rechazo, ausencia de interés, presencia mínima de textos y artefactos coloniales en los programas de estudios literarios y humanísticos en general, estarían vinculados a una ideología eurocéntrica (Verdesio 180). El desinterés en lo colonial como síntoma de una negación o resistencia a visibilizar presencias y agencias indígenas y afros que observa Verdesio para el caso uruguayo han sido detectadas en otros espacios y momentos históricos (Bennett, Catelli 2012, Solomianski). Hay negaciones, obturaciones, desplazamientos, distorsiones, blanqueamientos simbólicos que ocurren en el plano de lo imaginario que son funcionales a la naturalización de la desigualdad, la discriminación, la segregación, etc.             

Ese “desinterés” o resistencia también resultan problemáticos en la medida en que producen una ausencia marcada en distintos imaginarios críticos de un registro concreto de los procesos y la experiencia coloniales. Esto según mi parecer es algo a tener en cuenta en campos de estudio, líneas y perspectivas críticas ajenos a los estudios coloniales donde existe el objetivo de producir teorías, discursos y prácticas de descolonización, como es el caso del giro decolonial. ¿Cómo tramar un pensamiento crítico descolonizador si no hay una compenetración directa con las prácticas, los discursos, la materialidad, las sensibilidades, visiones de mundo concretas de las que se habla como decoloniales? ¿De qué nos sirve, estratégicamente, ese tipo de ejercicio? ¿Por qué no dejarnos afectar por esos registros?               

Por otro lado, el anclaje del discurso crítico en registros coloniales no es de por sí garantía de descolonización epistémica, del imaginario, etc. Como mencioné, en los años ochenta los estudios coloniales como campo de estudios atravesaron una crisis provocada por un discurso crítico que abogó por su descolonización. Desde los cuestionamientos esbozados tanto por Adorno como Mignolo (ambos de ellos hoy lejos de ese proyecto por distintos motivos) en respuesta a la historiadora Patricia Seed el campo ha atravesado algunos cambios y cuestionamientos pero en general, y sobre esto ha insistido Verdesio, continúa reproduciendo mayormente perspectivas masculinas y blancas, españolas, criollas, ocasionalmente mestizas, y en general, al menos en los estudios de orientación literaria e historiográfica, es excepcional la inclusión de objetos no escritos alfabéticamente en los análisis. Incluso en los programas de estudios y literatura latinoamericana en Estados Unidos donde hay un mayor comparatismo, las listas de lectura son fuertemente canónicas y reproducen las distintas tradiciones criollas, nacionales y aún patriarcales, y acaban reproduciendo esa misma obturación del conflicto etno-racial y cultural de aquellos procesos que identificamos con lo colonial. Este estado de las cosas, según Verdesio, tiene que ver con un eurocentrismo racista que niega lo indígena y lo negro. En el mejor de los casos incorpora esos elementos como parte de un proceso de transculturación, de mestizaje cultural, o políticas de interculturalidad en algunos casos, que acaba por blanquear la nación simbólicamente y disolver los conflictos del colonialismo interno (Rivera Cusicanqui).

La cuestión de la descolonización del campo que ocurre brevemente en los estudios coloniales tiene, en paralelo, un también breve desarrollo en el primer texto en que Quijano utiliza el término “colonialidad” (1992), un concepto que se ha vuelto medular en el giro decolonial. En este primer despliegue Quijano se refiere a una “colonialidad cultural”. Como observan Axel Rojas y Eduardo Restrepo, Quijano desarrolla temporariamente el problema de la colonización del imaginario a principios de los años noventa, para luego reintroducir esa dimensión subjetiva como una función de la colonialidad del poder, ya montada sobre la raza y la clasificación racial. Estos autores señalan que el colectivo modernidad/colonialidad/decolonialidad no retoma el concepto de colonialidad cultural, un concepto que, en sintonía con los escritos de Fanon, podría permitir entender “la dominación colonial como un poder productor del imaginario del dominado, como interioridad estructurante de su subjetividad” (Restrepo y Rojas 95).      

Efectivamente, aquel texto crucial de Quiijano que define la colonialidad del poder (2000), leído lado a lado con el archivo colonial en un segundo seminario de estudios coloniales, en 2003, me resultaba esquemático, pero al mismo tiempo produjo un fuerte impacto en mi perspectiva sobre la situación que se desarrollaba a partir del 11 de septiembre. El contexto en que lo leí, por su énfasis en la clasificación de la población colonial americana en función de un proyecto de dominación económica, hacía visible el proceso de clasificación contemporáneo, desatado sobre la población y los territorios musulmanes. Establecía una relación entre la conquista del Nuevo Mundo y la globalización, que en 2001 se resignificó en el marco de la Guerra contra el Terrorismo. En ambos casos, el objetivo era económico, pero montado sobre una discursividad etnopolítica, que actualmente ha tomado un cariz nuevamente etnorracial. Desde mis lecturas en esos seminarios de estudios coloniales, y especialmente a partir del texto de Quijano del año 2000,  percibí que en el siglo XV un proceso similar había sido central en la reconquista de la Penísula Ibérica, dando impulso a procesos inquisitoriales y de conversión que luego fueron decisivos durante la conquista de América.            

Quince años después del atentado a las Torres Gemelas, es posible identificar algunas acciones que ese acontecimiento sirvió para legitimar, con la mediación de un discurso civilizador y cristiano, de un modo similar al discurso de la pacificación de la conquista: ese discurso apuntaló la guerra contra el terrorismo liderada por Estados Unidos y llevada adelante junto a sus aliados, la invasión y militarización de numerosos países en oriente medio, asesinatos de jefes y líderes “terroristas”, magnicidios, genocidios que no terminan, centros de detención y tortura, y un control cada vez mayor sobre la población mundial. Después de quince años de que Bush declarase la Guerra contra el Terrorismo, ¿cómo no esperar un rebrote racista, xenófobo, patriarcal, homofóbico y antisemita desde la ideología cristiana de la supremacía blanca, como el que estamos viendo en distintas partes del mundo?

En general, lo colonial aparece hoy o alejado del presente en los estudios coloniales, y en el caso del giro decolonial, a través de relaciones temporales fundadas en conceptos abarcadores que se despliegan en función de una comprensión del presente, y que en pos de esa comprensión sacrifican densidad y especificidad histórica. Pero a raíz de mis experiencias en aquellos seminarios de estudios coloniales, que pusieron el registro de lo colonial, lo poscolonial latinoamericano y el concepto de colonialidad del poder en tensión, creo que es posible y hasta necesario refinar y matizar nuestros lugares de enunciación, los efectos de los discursos y los conceptos que desplegamos, entendiendo que lo que está en juego es siempre un proceso de invención. Todo indica que ese rebrote se instala ya en Latinoamérica, donde adopta formas propias, locales, específicas, que forman parte del entramado de lo imaginario racial, y otorgan sostén a nuevas formas de colonialidad. Será muy difícil resistirlo sin una conciencia de la especificidad de la formación de nuestros propios imaginarios, de nuestro archivo y nuestro repertorio colonial, que son los que guardan algunas claves para enfrentar los procesos en marcha y para producir formas de agenciamiento y acción política en los difíciles tiempos que corren.

 

Bibliografía

 

Adorno, Rolena. “La ciudad letrada y los discursos coloniales” en: Hispamérica 16.48 (1987): 3-24.

Bennett, Herman L. Colonial Blackness: A History of Afro-Mexico. Bloomington: Indiana UP, 2009.

Catelli, Laura. “La ciudad letrada y los estudios coloniales: perspectivas descoloniales desde la ciudad real” en: Vanderbilt E-Journal of Luso-Hispanic Studies 9 (2013): 56-76.

Castoriadis, Cornelius. La institución imaginaria de la sociedad. Trad. Antoni Vicens y Marco-Aurelio Galmarini. Buenos Aires: Tusquets Editores, 2013.

Cornejo Polar, Antonio. “Mestizaje e hibridez. Los riesgos de las metáforas. Apuntes” en: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana 24.47 (1998): 7-11.

Martínez San Miguel, Yolanda. “Poder y narración: la invención de un discurso colonial en Latinoamérica”. Programa de seminario de doctorado. Rutgers University, 2001.

O’Gorman, Edmundo. (1958) La invención de América. Investigación acerca de la estructura histórica del Nuevo Mundo y del sentido de su devenir. México: FCE, 2003.

Quijano, Aníbal. “Raza, etnia y nación en Mariátegui: cuestiones abiertas” en: José Carlos Mariátegui y Europa. Lima: Editorial Amauta, 1993. 167-188.

Quijano, Aníbal. “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina” en: Lander, Edgardo (Ed.), La Colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas. Caracas: CLACSO, 2000.

Rabasa, José. De la invención de América. La historiografía española y la formación del eurocentrismo. México: Universidad Iberoamericana, 1993.

Restrepo, Eduardo y Rojas, Axel. Inflexión decolonial. Fuentes, conceptos y cuestionamientos. Popayán: Editorial Universidad del Cauca, 2010.

Rivera Cusicanqui, Silvia. Violencias (re)encubiertas en Bolivia. La Paz: Piedra Rota, 2010.

Solomianski, Alejandro. Identidades secretas: la negritud argentina. Rosario: Beatriz Viterbo, 2003.

Verdesio, Gustavo. “Colonialismo acá y allá. Reflexiones sobre la teoría y la práctica de los estudios coloniales a través de fronteras culturales” en: Cuadernos del CILHA 13.17 (2012): 176-192.

                         

LAURA CATELLI es Licenciada en Español y Portugués por la Universidad de Rutgers (Nueva Jersey), y Doctora en Estudios Hispánicos por la Universidad de Pennsylvania (Filadelfia), se repatrié en 2008 y obtuvo la beca posdoctoral de CONICET en 2011. En 2013 ingresó a carrera. Actualmente es investigadora asistente en el Instituto de Estudios Críticos en Humanidades (UNR-CONICET).  Es profesora  titular por concurso ordinario de la cátedra Problemática del Arte Latinoamericano del Siglo XX, Escuela de Bellas Artes, Universidad Nacional de Rosario. Dirige el Centro de Investigaciones y Estudios en Teoría Poscolonial, radicado en la Facultad de Humanidades y Artes.

 





[1] Problemática que propusimos con Mario Rufer para una plenaria que se presentó en el III Congreso de Estudios Poscoloniales y IV Jornadas de Feminismo Decolonial, en diciembre de 2016.