Texto de la Prof. Dra. Vanina Ma. Teglia

Los textos de la colonia en el campo de la literatura latinoamericana

Vanina M. Teglia

ILH-Universidad de Buenos Aires / CONICET

 

Este trabajo reúne algunas reflexiones dispersas que he ido acumulando acerca de las tareas propias del investigador y crítico de textos coloniales latinoamericanos en su labor desde Latinoamérica. A partir de la invitación de Jimena Néspolo a participar de este simposio del Instituto de Literatura Hispanoamericana, comencé a ordenar estas reflexiones, a vincularlas y a ponerlas en papel. De esta manera, llegué a la conclusión de que, para definir si los textos coloniales pueden ser estudiados como parte de la literatura latinoamericana, por un lado, sería necesario definirlos desde su relevancia y lugar dentro de este campo. Por el otro, habría que identificar el tipo de abordaje que precisan para que el investigador alcance, así, una verdadera interpretación productiva en varios sentidos. Por último, también sería necesario detenerse en los propósitos que se busca conseguir si se los considerara dentro de este campo.

Como plantea el resumen de este encuentro, se sabe que los escritos coloniales e, incluso, algunos producidos ya en los incipientes estados latinoamericanos en el siglo XIX nunca son incluidos con certeza en el archivo discursivo latinoamericano, en el literario latinoamericano y se sigue discutiendo, aún hoy, no digo cuáles incluir sino su inclusión misma en el corpus literario latinoamericano. Pedro Henríquez Ureña, en 1928, reconocía la necesidad de fijar un canon para la literatura latinoamericana. Señalaba, para esto, que la historia literaria de la América española debía escribirse en torno de algunos autores centrales que escribieron sus obras a partir de las Independencias de los estados latinoamericanos. En 1946, sin embargo, cambiaba de parecer y consideraba que esta literatura se iniciaba con el surgimiento de una “sociedad nueva” aparecida en el período de la conquista española del continente. Esta decisión, movible hasta el día del hoy, se torna exclusión por momentos y su ambigüedad y carácter dudoso sobreviven, incluso, en la afirmación de Enrique Pupo-Walker acerca de que “con el Modernismo, la literatura hispanoamericana llegó a la mayoría de edad” (2006, 25). Ahora bien, Pupo-Walker dedica una sexta parte considerable de su Historia de la literatura hispanoamericana, confeccionada junto con González Echevarría, a la literatura del período. Sin embargo, ¿qué prejuicios sobre la discursividad, la literatura y lo latinoamericano guían la expresión de Pupo-Walker? ¿Qué implica percibir a los textos coloniales como seres aún infantiles o salvajes, casi como se pensó de los nativos americanos al momento del Descubrimiento y se debatió en las Jornadas de Valladolid de mediados del siglo XVI? Muchas respuestas se esbozaron desde la Historia de Pupo-Walker; sin embargo, cabe aún preguntarse: ¿qué solución sería la más adecuada para esta literatura? La primera, tal como proponía Bartolomé de las Casas para los nativos americanos en el Debate, a los que consideraba humanos en estado mental de infantilidad, podría ser la de incluirla dentro del campo, pero considerándola aún no desarrollada. En segundo lugar, se encuentra la posibilidad de excluirla del campo, como quería Sepúlveda para los amerindios a los que directamente no consideraba humanos. La tercera opción posible sería abordar su especificidad y referirnos, en cambio, a literaturas diferentes para aludir a estos textos.

En las reflexiones académicas y universitarias, tanto las inclusiones como las exclusiones se ven usualmente seguidas de aclaraciones y justificaciones que dan cuenta de un punto de vista siempre particular o de una apreciación sobre el escrito individual, que lo incluiría o lo excluiría según el caso. Sin embargo, actualmente, estos documentos constituyen un corpus insoslayable dentro del archivo latinoamericano y de los Estudios literarios latinoamericanos. Algunas voces han propuesto solucionar el problema diluyendo la especificidad de los Estudios literarios a raíz justamente de la principalidad o imposición de los textos coloniales y los abordajes interdisciplinarios; incluso, algunos críticos y academias han declarado la muerte definitiva de los estudios coloniales. Desde la década de 1980 en adelante, diversas aproximaciones críticas han cuestionado las nociones de “literatura” y “texto” para referirse a los estudios literarios coloniales y han planteado, en cambio, la pertinencia de la categoría de “discurso colonial” (Adorno, 1988). Así y en este sentido, Rolena Adorno propuso que la categoría de “discurso colonial”  resultaba operativa para abordar modos de representación heterogéneos que convocan la imagen y la inscripción silenciada de la oralidad. En consonancia con los trabajos de Walter Mignolo (1978, 1987 y 1991), la noción de “discurso” implicó salir de la concepción de “literatura” –etimológicamente vinculada a la letra impresa– y deslizar la investigación en los estudios literarios hacia los enfoques sobre diversas prácticas discursivas y nuevos aspectos de la materialidad estudiada, como también hacia la interdisciplinariedad de la metodología. Con esto, se ampliaron las fronteras del campo de estudio y se diluyó la especificidad del campo de los Estudios literarios latinoamericanos para esta zona de los textos coloniales.  Por otra parte, las valoraciones de estos escritos suelen ir de lo estético, pasando por la valoración de su importancia para las identidades latinoamericanas y su historia, hasta su consideración como fuentes de interés o interesantes directamente, porque evidencian la variedad escrituraria de la época que se dio en territorio americano.1


Específicamente, sobre la situación científico-literaria en Latinoamérica y en Argentina en particular, Susana Zanetti, en “¿Un canon necesario? Acerca del canon literario latinoamericano”, observa una constante errancia de las lecturas y relecturas, así como la preeminencia de las editoriales y medios de comunicación por sobre las academias para la conformación del canon latinoamericano. Sin embargo, creo que la profesora Zanetti lamentablemente no llegó a contemplar los cambios que se dieron en el último tiempo con la irrupción de una Academia con base en CONICET. Más allá de las críticas que pueda tener el hecho de que CONICET haya impuesto criterios de mérito y de valoración intelectual sobre las universidades, es cierto que alcanzó a hacer evidente la tan deseada estabilidad crítico-académica argentina. Desdichadamente, la precarización de estas políticas científicas jugó en contra del sistema con la irrupción de un gobierno liberal de derecha. Las decisiones al respecto tomadas apenas asumida la gobernación mayoritaria de Cambiemos están quizás corriendo el velo de una estabilidad académica que en apariencia sobreviviría varios años y quizás reinstala sobre nosotros mismos una auto-mirada de degradación. A este ritmo y desde una visión al estilo pesimista de Martínez Estrada, veremos cómo la hierba salvaje e improductiva siempre emerge por debajo de las baldosas destruyendo la arquitectura humana, lo que probablemente nos condene a ser un país de meros informantes indígenas para las academias del Primer mundo.   

Volviendo a la reflexión sobre los textos coloniales, si, por un lado, cuestionan si resulta apropiado aplicar los conceptos de literatura y latinoamericana para sí mismos, también es cierto que una consideración sobre literatura latinoamericana no puede dejarlos fuera. Ningún programa de cátedra universitaria que incluyera a la literatura en lengua española y portuguesa podría obviarlos. Por otro lado, en Latinoamérica, la producción literaria de los siglos XIX y XX, desde siempre, se ha pensado –básicamente– como híbrida o interdisciplinaria. La confluencia entre lo artístico y lo social ha sido una de las claves de la literatura latinoamericana. Esto, desde ya, no lo afirmo yo sino, desde hace tiempo, Mariátegui, Henríquez Ureña, Reyes, Martínez Estrada, Viñas, Jitrik, Colombi, entre otros. De esta manera, ¿es la autonomía del escritor literario, que se concreta en Latinoamérica a los tumbos a fines del siglo XIX, la que define una línea demarcatoria entre lo que es literatura y lo que no?

En paralelo a esto, las academias de humanidades en los ámbitos universitarios y científicos en Latinoamérica han decidido que no dejarán de lado ni las valoraciones estéticas de los textos coloniales ni las metodologías de abordaje textual. Ejemplo de esto son el planteo desde México de Liliana Weinberg (2004) acerca de la atención al corpus colonial por sus formas simbólicas que alimentan la literatura. En Perú, los congresos del Centro de Estudios Literarios Antonio Cornejo Polar están dedicados casi en un 50% a los textos de la colonia. Ana Pizarro(1994), aunque desde una perspectiva de Estudios Culturales, habla de una “evolución de la función literaria” (p. 22) en el archivo latinoamericano y contempla los escritos coloniales como literatura, no por sus propiedades estéticas sino en tanto documentos fundamentales de nuestra cultura, textos que se escriben en un acto fundacional (p.26). Noé Jitrik (1996) va más allá para echar una mirada sobre las prácticas discursivas precolombinas, sobre las que, asegura, contenían modos narrativos, líricos y dramáticos, además seguramente de algunos otros modos más. Más recientemente, en la Universidad de Buenos Aires, Beatriz Colombi y Valeria Añón iniciaron este viernes pasado el dictado de un seminario de posgrado sobre términos críticos para abordar la literatura latinoamericana, en particular, aquellos producidos en situación colonial o con vestigios de colonialidad.

Así, mientras la inscripción de la literatura latinoamericana en los nuevos cánones occidentales se torna innegable, retornan -en los últimos años- las polémicas acerca de cuáles son los valores estéticos propios de la literatura en general y los que definirían a la literatura latinoamericana. Mucho contribuyen a estas discusiones los abordajes teóricos y críticos de las academias en Argentina y Latinoamérica. Entre los planteos y cuestionamientos iniciales de esta línea, estuvieron los de Susana Zanetti y Beatriz Sarlo, quienes, luego de Adorno, Mignolo y varios otros, proponen, en cambio, que se abra el campo a una diversidad de propuestas estéticas así como de políticas culturales (Zanetti, 2000) y se dé el debate por los valores estéticos sin prejuicios políticos censuradores (Sarlo, 1994). Carmen Perilli (2013-2014) también hace su apuesta en este sentido y propone armar archivos y lecturas que incorporen la pluralidad sin renunciar a la materialidad de la literatura. Sin embargo, no desarrolla la definición de su propuesta estética y la deja pendiente para el futuro. A pesar de todo esto e, incluso, en estas mismas reflexiones, persiste la duda y la ambigüedad acerca de si considerar a los textos coloniales como parte de la literatura latinoamericana.

Por otra parte, estas academias tampoco abandonan no sólo la denominación de literatura sino tampoco la de latinoamericano/a para sus estudios y objetos de estudios, ya que, en estas universidades sin estudiantes de español, sería inimaginable la creación de un Departamento de Español que abordara estas cuestiones. En el caso de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, específicamente, tampoco existen programas de cátedra que organicen los estudios en torno a las lenguas en las que fueron formuladas las letras, filosofías, Historias, geografías, etc. Creo que este mismo desentendimiento respecto de los orígenes idiomáticos en los programas de estudio es el mismo que sustenta el uso de “Latinoamérica” en desmedro general de “Hispanoamérica”. Como se sabe, el uso del primer término implica connotaciones identitarias, sociales e históricas que no son evocadas, en cambio, con el hispanismo.

Además, una aclaración. Si bien los Estudios Subalternos aún pueden brindarnos elementos útiles para abordar el patrimonio colonial, indígena y pre-colombino, dan por sentado que el académico o el estudioso que se desempeña en la disciplina no podría ser –justamente por su condición de académico– también un subalterno. Sin embargo, la situación es más compleja cuando estos mismos académicos se formaron en una universidad del Tercer Mundo y, además, pública y gratuita. Para Susana Zanetti, en estas academias, la literatura latinoamericana se inserta en el ámbito mayor de sus sociedades donde cobra una entidad vital. Más específicamente entonces, puesto que latinoamericana, ¿es la academia argentina, en relación con la literatura latinoamericana, una academia intraterritorial? Es decir, podemos definirla por oposición a las academias “extraterritoriales” dedicadas a los estudios latinoamericanos que definió Martín Lienhard (1999), donde abundan los estudios latinoamericanistas y colonialistas y son una referencia ineludible hoy. Habría que recordar, además, una de las negaciones más evidentes e históricas en Argentina, que afirma que los argentinos mayormente descienden de inmigrantes europeos, y el país es más o menos un cúmulo de ellos. Lo es en gran medida, sobre todo, de italianos, españoles y judíos pobres que han trasladado sus concepciones, prácticas y algunas de las instituciones de la clase trabajadora europea al país. Sin embargo, no solamente esto, la gran mayoría de los argentinos somos también descendientes sanguíneos de indígenas, incluso en las grandes ciudades, a donde fueron a parar muchos de aquellos inmigrantes. Junto con esto o más allá de esta comprobación fáctica que colabora con la identidad, los académicos latinoamericanos no sentimos el pasado latinoamericano y el presente indígena, por ejemplo, como algo distante y ajeno sino como algo que nos interpela en el presente; a veces, desde sus zonas silenciadas incluso. Así y por todas estas cuestiones, el estudio de textos coloniales en Latinoamérica y por latinoamericanos implica entrar en la discusión sobre qué nos constituye o qué nos define como tales. De esto, es necesario abordar los textos y objetos coloniales como algo vital, que ha incidido en nuestras sociedades como latinoamericanos.

Ahora bien, ¿qué es lo que aquí proponemos que define que el discurso colonial pueda ser considerado dentro del campo de la literatura latinoamericana? La literatura, para Latinoamérica, es, en su origen, el Otro, en el sentido de que consiste en un criterio clasificatorio que proviene de una mirada occidental y es impuesto por ella. Es en los textos coloniales en donde la literatura –o, para usar un término muy específico, la literaturidad– vuelve más evidente su costado ajeno e inadecuado para Latinoamérica. Admito que es a partir del Modernismo latinoamericano cuando la práctica literaria como tal es finalmente naturalizada y se siente como propia, no sin algunas excepciones y resistencias, como en el caso de los escritos de José Martí. Sin embargo, aunque la literatura es un Otro, esta tradición occidental de comunicación y expresión particular bien puede ser impuesta en primera instancia, apropiada en segundo lugar y, finalmente, reclamada como propia. Hay una transición de propiedades entre el discurso legal colonial a lo que se considera literatura latinoamericana. Esto se comprueba en, por ejemplo, el pasaje de los Naufragios de Álvar Núñez, Infortunios de Sigüenza y Góngora y, finalmente, Relato de un náufrago de García Márquez. Por qué no considerar, de esta manera, a los textos coloniales como una literatura diferente, en cambio. Junto con esto, sería necesario concebir que puede tratarse de una literatura heterogénea no sólo porque la materia en sí reúna universos culturales en tensión sino porque  –sobre todo– el nombre que designa es, en sí mismo, conflictivo e incómodo respecto de su materia.

Para Zanetti y para Cornejo Polar también, lo importante para la inclusión y delimitación de la literatura latinoamericana era la presencia de cuestiones latinoamericanas clave, tales como: la definición itinerante e incierta del sujeto, cuyo no lugar hace de la escritura su espacio simbólico, la necesidad de operar con la traducción de una lengua, una cultura o un lenguaje sometido a otro y, al mismo tiempo, generar nuevos parámetros identitarios en situación de conflicto, la apuesta a la Utopía de América y -a veces- la producción en el exilio (Zanetti, 2000: 233). En este punto, quizás sea necesario aclarar que detenerse en estos aspectos no significaría “lavar o limpiar” las lecturas y abordajes del análisis de las relaciones entre escritura colonial y poder (algo a lo que los Estudios poscoloniales se vienen dedicando desde hace ya varios años) sino que los Estudios literarios coloniales pueden perfectamente detenerse en el análisis de este tipo de relaciones para revelar las estéticas del poder o, mejor dicho, la complejidad discursiva de las estéticas heterogéneas del contacto entre los poderes y las semiosis coloniales.

Por lo tanto, tomemos cualquier texto que sea canónico o indiscutible para estas consideraciones. La “Carta de Colón a Santángel” o la Brevísima relación de Bartolomé de las Casas. Pensemos, por ejemplo, en el fundador relato del trueque del oro con los indios a los que los marinos que iban con Colón pagan con espejitos de colores o pensemos en la escena de la Brevísima que narra el asesinato de Atahualpa, rey coronado del Perú, que había reunido infructuosamente quince millones de castellanos en oro para darlo a los conquistadores, y con esto terminó ahogado y luego quemado por ellos.  En tanto literatura, el texto colonial latinoamericano debe ser abordado, en la investigación y crítica académica, por un lector atento, no-distraído, que desentrañe el entramado de su escritura, especialmente, en sus procesos de simbolización del contacto y de la conformación conflictiva de culturas y discursos heterogéneos. Estas líneas de sentido sacadas al texto colonial por medio de la interpretación crítica nos interpelan como profesores y académicos latinoamericanos en nuestras identidades culturales orientadas por formaciones discursivas. Al contrario, no constituyen una condición distante y ajena propia de un grupo considerado subalterno.

De esta manera y resumiendo estos abordajes, la propuesta debería centrarse en develar los mecanismos del:

* texto que funda ciertas cuestiones latinoamericanas clave, que perdurarán en el imaginario, en las identidades, en la cultura y en la literatura latinoamericana. Estos estudios deberán dar cuenta, además, de la heterogeneidad colonial y permitirán identificar agencias subalternizadas borradas, pero latentes y presentes en las culturas latinoamericanas. Por otro lado, se considerarán los textos que, en menor o mayor medida, instituyeron un poder en la colonia, ya que, por medio de su análisis, se alcanzarán los orígenes discursivos –muchas veces, enfrentados y en tensión aún hoy– de nuestras identidades e imaginarios latinoamericanos.

* Metodológicamente, si bien las teorías y estudios del giro lingüístico (The linguistic turn) ya no son hoy una novedad, no veo motivo para que sean abandonadas si pueden –como otras disciplinas– aportar luz a la tarea del análisis y la interpretación. Ahora bien, el abordaje para enriquecer el campo, desde ya, debe ser interdisciplinario, aunque todavía falta –o yo la desconozco – una reflexión acerca de lo que se pierde con este abordaje, para lo que debería tenerse en cuenta que el formalismo ruso basó sus formulaciones revolucionarias en la superación del enfoque interdisciplinario.

* Más allá de todo esto, la finalidad de los Estudios literarios es siempre la de desentrañar la complejidad del texto/discurso, por lo que se procurará dar cuenta del complejo proceso de simbolización que implica la representación y el texto de impronta legal, clasificación de la que participan muchos de los textos coloniales, exceptuando varios de la producción virreinal, aunque no todos.

Como objetivo máximo y final en los Estudios coloniales, buscamos comprender una parte fundamental del imaginario y del discurso latinoamericanos desde sus orígenes hispano y lusoamericanos. Consideramos que la comprensión cabal de los orígenes del discurso latinoamericano es esencial, entre otros, para desentrañar las varias dimensiones simbólicas de las múltiples identidades latinoamericanas y, específicamente, las nacionales. Con esto, a largo plazo, nos proponemos incidir en las discusiones y aportes interdisciplinarios relacionados con los estudios literarios, históricos y filosóficos en diálogo con la antropología, la historia cultural y la historia conceptual. Pretendemos incidir, del mismo modo, en los aportes de la comunidad científica y universitaria dedicados a las Humanidades y al ámbito científico en general. Así, colaboraremos, además, con el pensamiento amplio sobre problemas colectivos y con la formulación de maneras más justas de organizar la vida social. De esta manera y con este objetivo de máxima, las investigaciones y análisis de los Estudios coloniales se proponen ser relevantes para la evaluación de concretas perspectivas de la región en términos de su identidad y vida social.2


Desde ya, existen grados de mayor o menor inscripción de los textos a estos criterios, que, por otra parte, en Latinoamérica, son llamativamente movibles y hablan siempre desde un lugar marginal complejo e interesante. Propongo que los académicos y profesores dedicados al estudio de la literatura iberoamericana colonial, por su parte, tengan un rol importante a la hora de despejar el grado de inscripción de estos textos ante las cuestiones que autorizan o no el ingreso en el archivo latinoamericano y, luego, en el canon literario latinoamericano.

 

Bibliografía:

Adorno, Rolena. “Nuevas perspectivas en los estudios literarios coloniales hispanoamericanos” en Revista de Crítica Literaria, año XIV, nº 28, Lima, 1988.

Funes, Leonardo. “Sobre la utilidad de las ciencias sociales y humanas” en FILO: DEBATE, Bs. As.: FFyL-UBA, 2017.

Henríquez Ureña, Pedro. Ensayos en búsqueda de nuestra expresión. Buenos Aires: Ed. Raigal, (1928) 1952.

Jitrik, Noé. “Canónica, regulatoria y transgresiva” en Orbis Tertius, año 1, núm. 1, 1996.

Lienhard, Martín. “El campo de la literatura y el campus” en Revista de crítica literaria latinoamericana”, Año XXV, Nº 50. Lima-Hanover, 2do Semestre de 1999, pp. 81-86.

Mignolo, Walter. “Canon and Corpus: an Alternative View of Comparative Literary Studies in Colonial Situations” en Dedalus (1), diciembre de 1991.

---------------------. “La lengua, la letra, el territorio (o la crisis de los Estudios Literarios Coloniales” en Dispositio, Vol. 11, Nº 28/29, 1986, pp. 137-160.

---------------------. “Cartas, crónicas y relaciones del descubrimiento y la conquista” en Iñigo Madrigal (org.), Historia de la Literatura Hispanoamericana, T.1, época colonial, Vol. 2, Madrid: Cátedra, 1987, pp. 57-111.

Perilli, Carmen. “Viajes por los discursos del Nuevo Mundo” en Telar, Nº 11-12, Año IX, 2013-2014, pp. 67-79.

Pupo-Walker, Enrique y Roberto González Echevarría. Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Gredos, 2006.

Sarlo, Beatriz. Escenas de la vida posmoderna. Buenos Aires: Ariel, 1994.

Weinberg, Liliana. Literatura latinoamericana: descolonizar la imaginación. México: Universidad Nacional Autónoma de México, 2004.

Zanetti, Susana. “¿Un canon necesario? Acerca del canon literario latinoamericano” en Voz y escritura, 10, 2000, pp.227-241.

 




1. Junto con la profesora Ariela Schnirmajer, definimos con claridad este recorrido de los Estudios coloniales y su devenir en la academia norteamericana en la Presentación al dossier “La investigación en literatura latinoamericana (siglos XVI-XIX)”, dossier de próxima aparición en la revista ExLibris del Departamento de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

2. Para llegar a la formulación de este objetivo máximo, hemos discutido el artículo “Sobre la utilidad de las ciencias sociales y humanas” publicado por Leonardo Funes en FILO: DEBATE (Bs. As., Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 16 de marzo de 2017).

 

Vanina Teglia es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Con una tesis doctoral sobre Utopía de América en Bartolomé de las Casas y en Fernández de Oviedo, y siendo especialista en literatura colonial hispanoamericana, ha publicado varios artículos en volúmenes conjuntos y en revistas académicas del área. Elaboró ediciones críticas de  Cabeza de Vaca, Cristóbal Colón y Bartolomé de las Casas. Actualmente, trabaja sobre universos míticos heterogéneos en documentos del siglo XVI de la conquista de América. Docente en la cátedra de Literatura Latinoamericana I-A (cát. Colombi) en la UBA, es investigadora del CONICET y becaria Fulbright, de la John Carter Brown Library y del GRISO. Ha dirigido proyectos de investigación sobre crónicas de Indias.